El otoño ha caído, plomizo, magnánimo, gris sobre Barcelona.
El viento cálido del verano ha ido perdiendo su fuerza, apenas se desliza sobre los charcos que se forman entre las piedras y ladran distinto, ahora, los perros en otoño.
Las luces amarillas del restaurante se funden con el paisaje. Parece el pan más humeante, parece como si quisiera abrigarte, el tinto se ha crecido y se enrojece enorgullecido, son bellas las gotas que se suman a las aguas que dibujan los cristales, la madera compite en historia con la historia del lugar.
De pronto un ruido. Bañan de luz la calle uns correfocs ¿son eso petardos? Ahora el mundo sucede fuera, la escalera se lo pierde desierta y desde los tejados la vida parece una fiesta. ¿Crees que a Bill Evans le importe que nadie parezca escucharle?
El sonido se aleja. Deja tras de sí un humo que se va, el tiempo vuelve a hacer lo suyo y nos descubre a todos sonriendo. Es hora de comer.
Algo pica, algo quema, todo es fresco, el olor de la comida le sienta bien a las velas. Mira dentro, come despacio, la gente parece feliz. Un viento frío sopla y nadie puede verlo. Silencio.
¿Qué había en este lugar hace cien años? Podría hacerme un apartamento precioso en este sitio. ¿Por qué me gusta estar aquí?
El encanto. No se puede explicar y quizá por eso se llame así, porque un encantamiento mágico ha caído sobre nosotros. Como el que tiene esta casa. Como el que tiene el otoño. Como cuando suena silencioso el laúd de Ziryab.
Ven a vernos.
(Poema escrito sobre el otoño en el Ziryab. Basado en el hecho que Ziryab – segun la leyenda – ha inventado la quinta cuerda del laúd)